La película “Siete novias para siete hermanos” pertenece a
ese estilo de cine que es imposible ver sin sentirse alegre, y que transmite a
través de sus bailes, sus canciones, y sus deliciosas historias de amor, la
misma alegría que todos querríamos tener en nuestras vidas. Pero la creencia y
autoconvicción de que uno vive en el mismo mundo perfecto que los personajes
que ve en la pantalla, provocan que la caída que se sufre al acabar chocando
con la más cruda realidad sea aún más fuerte, llegando a la inevitable conclusión:
la vida no es una película. Pero por suerte para los espectadores, una película
sí que puede ser un reflejo de la vida. Y eso es exactamente lo que nos
encontramos en el cuarto largometraje como director de Daniel Sánchez Arévalo, “La
gran familia española”, una de las cuatro candidatas para representarnos en los
próximos Premios Oscar. Con el musical de Stanley Donen como hilo conductor, la
película toma el concepto de familia feliz tradicional ideal para hacer, más
que una parodia, una radiografía de los miedos y las debilidades de la sociedad
actual.
Pero más allá de las licencias que toma la película de los
musicales clásicos (el tono agradable pero melancólico general, y una secuencia
de baile especialmente acertada), “La gran familia española” es sobre todo
heredera de un (sub)género propio del cine más hollywoodiense, el de las
comedias que se desarrollan en bodas desastrosas (hace sólo unos meses se
estrenaba en España por ejemplo, y salvando todas las distancias, “La gran boda”),
pero usando un lenguaje más propio del cine indie actual, que recuerda a Jason
Reitman o Wes Anderson, y especialmente hermanado con Alexander Payne en su
pretensión (lograda con éxito) de aunar, sin que se note la transición, la
comedia y el drama.
La familia protagonista de la película de Sánchez Arévalo busca la felicidad a toda cosa, mientras se enfrenta a enfermedades, mentiras, secretos, desamores… Toda una serie desventuras que afectan a cualquier familia normal, pero que ellos intentan cubrir bajo el velo de una ficción optimista y despreocupada. Esto es algo que ya empezó a esbozar el director y guionista en su corto de 2007 “Traumalogía”, y que ahora desarrolla ampliamente, pero de manera más tierna que cínica. Sólo estando unidos podemos superar las adversidades, parece ser el mensaje de la película. De este modo, Sánchez Arévalo busca, más que la carcajada, la sonrisa amable hacia sus desconsolados personajes, que finalmente, acaban por emocionar en su autoengaño.
Un personajes, por cierto, muy bien desarrollados por igual,
y encarnados por un reparto casi en su totalidad en estado de gracia. Frente a
los habituales protagonistas del director, Quim Gutiérrez y Antonio de la
Torre, como siempre muy solventes, nos encontramos con un Roberto Álamo reencarnado
en el personaje de Lennie en “De ratones y hombres”, que interpretaba en el
teatro el pasado año, a Míquel Fernández, a quien (no salimos del teatro) los
amantes de los musicales quizás reconozcan por protagonizar “Jesucristo
Superstar” en el último montaje del mismo que tuvo lugar en Madrid, que
sorprende en su primer papel importante en cine, o a Verónica Echegui, que es
la que menos cómoda parece sentirse en su nuevo rol cómico. Junto a los
veteranos, el trío de jóvenes descubrimientos, el magnífico Patrick Criado, Arantxa
Martí y Sandra Martín, aportan la frescura necesaria a este fresco
generacional. Y no podemos olvidar los magníficos cameos y apariciones
estelares de Raúl Arévalo o Alicia Rubio.
“La gran familia española” es (parafraseando su título) la
gran sorpresa de la temporada. Una película que transmite a la vez amargura y
ganas de vivir, tristeza y alegría, desilusión y amor, enfados y
reconciliaciones… Las contradicciones típicas del ser humano, vamos. Un acontecimiento
que de ninguna manera conviene perderse.
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