Esta semana nos enfrentamos a una
nueva versión de una de las películas futuristas que han demostrado que lo que
antes era ciencia ficción en un mundo diatópico ahora todo parece más real. El
mundo del primer Robocop era un mundo afectado por la crisis, pobres que no
tenían nada y que debían recurrir a la violencia como única solución. Ahora ya
no es la violencia de las calles lo que se plantea sino la dominación que
ejerce en otros países y una superioridad moral que los hace creerse el mayor
del mundo. Con ecos de la guerra de Irak o de otras ocupaciones aquí están en
Irán protegiendo a la población de si mismos, una población oprimida que ve el
terrorismo como única forma de liberación de unas máquinas que no se plantean
dudas morales acerca de si lo que hacen es lo correcto o lo incorrecto, tan
sólo siguen unas órdenes fijadas. La premisa de la película es que quieren
imponer estos robots en las calles de América y sustituir a la policía para
hacer una nación más segura porque según ellos es lo más importante. Pero leyes
en contra de recortar las libertades y una oposición de la mayoría de la
ciudadanía hacen que se busquen
soluciones que rozan la ilegalidad y ya que no quieren soldados robots que
mejor que meter a una persona en una máquina y crear al policía perfecto. Y es
ahí cuando nace Robocop, la mezcla de un policía honrado y con templanza y una
máquina mortal.
Lo que uno puede esperar de una
película como esta, destinada a un público mayoritario, una gran cantidad de
efectos especiales y visuales que superen las deficiencias técnicas de su
antecesora y mucha acción y aunque es cierto en la historia se dejan entrever
ciertos planteamientos acerca del hombre, en qué consiste si en un cuerpo o en
una mente. El protagonista carece de una carne que le fue arrebatada en un
intento de asesinato y tan sólo cuenta con una mente encerrado en un cuerpo de
metal. Por si fuera poco que tenga conciencia no es bueno para los intereses de
la empresa que le controla así que intentarán borrar toda la humanidad posible
y que actúe bajo unas ordenes sin plantearse las consecuencias ni la idoneidad
de sus actos. Pero también de si es bueno recortar libertades para que nos
sintamos más seguros. ¿Quiénes son lo verdaderos criminales, los oprimidos que
luchan o los poderosos que utilizan todos los medios para seguir
enriqueciéndose a costa de los más desfavorecidos?
No hay un exceso de escenas de
acción, al ser un remake y tener que contar la historia desde el principio se
toman su tiempo en mostrarnos los orígenes del personaje y cómo se pasa del
hombre a la máquina así que evidentemente la parte en la que se dedica a la
acción se ve reducida en parte. Hay menos persecuciones, menos emoción pero la
historia gana en parte en profundidad e interés. La película nos deja cosas
curiosas como que uno de los personajes empiece a tocar a la guitarra el
segundo movimiento del concierto de Aranjuez. Por otro lado las escenas que uno
cabe esperar como la traca final recuerdan demasiado a las de un videojuego
situando al espectador en una posición subjetiva identificándose con el
protagonista. Esta película resulta curiosa porque se mueve entre las aguas del
cine comercial de acción con un intento de hacer algo con más profundidad y que
se olvide una vez que salgamos del cine.
Al joven protagonista Joel
Kinnaman que da vida a Robocop le acompañan un buen número de actores entre los
que destacan Gary Oldman como el doctor que investiga la forma de ayudar a Alex
Murphy y convertirlo en Robocop o Michael Keaton como el malo de la película.
En papeles algo más secundarios está Jackie Earle Haley, uno de los héroes de
Watchmen y que también participó en el remake de Pesadilla en Elm Street y Jackie
Earle Haley, uno de los coprotagonistas de la comedia Juega hasta el fin.
También aparece en el reparto Samuel L. Jackson en un personaje bastante
peculiar. El encargado de llevar a buen puerto todo esto es el brasileño José
Padilha que cuenta en su filmografía una mezcla de cine documental y películas
de acción.
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