Francisco Avizanda ya tiene lista su segunda película Sapos y culebras, una fábula actual en la que el director Navarro nos hace un retrato de la crisis y de la corrupción desde una perspectiva arriesgada. Se trata de una víctima colateral de la situación actual pero del lado de “los malos”, la hija de un empresario corrupto que ha buscado redimirse de alguna forma desvelando lo que él y su socio han estado haciendo poniendo en evidencia un sistema enfermo que beneficia a unos pocos en perjuicio de la mayoría. Pero no siempre las buenas acciones son recompensadas y en vez de que se valore su gesto él es el que acaba siendo investigado por la justicia arrastrando a su familia que aunque no es quien ha cometido los desfalcos sí que se ha beneficiado. Hemos visto en las noticias cómo se ha intentado justificar que familiares de políticos corruptos no tendrían por qué saber nada de los negocios ilícitos, esposas que no tenían conocimiento de sobresueldos o de coches de lujo que dormían en sus garajes. ¿Hasta qué punto son inocentes y realmente no sabían lo que se hacía dentro de sus casas?
Como espectadores tenemos como punto de vista principal el de Rebeca y se supone que debemos identificarnos con ella, sufrir cuando lo pasa mal y alegrarnos de sus pequeñas victorias; pero cuesta. Porque aunque ella sea una víctima también tiene mucho de mala y eso es algo que pesa mucho en su personaje y en la historia. Que la hija del otro socio y este sigan su vida normal sin arrepentirse de lo que han hecho y con el mismo nivel de vida y seguramente cometiendo los mismos desfalcos nos puede llegar un mensaje un poco desesperanzador: Los malos a veces son los que triunfan pero no es así. La película no es maniquea y no nos presenta a unos como muy buenos y otros como muy malos sino que se maneja dentro de un territorio de grises seguramente más cercano a la realidad en la que todos los personajes tienen una motivación y unos intereses para actuar de la forma en qué lo hacen. Es evidente que no todo es justificable ni defendible pero al menos se puede entender. Quizás echo en falta un poco el punto de visto de las víctimas que han sufrido la especulación y la burbuja inmobiliaria, aquellos que han perdido sus casas y con una deuda para toda la vida y que les condena a la economía sumergida. Que la rica heredera también pase por lo mismo se puede considerar justicia poética aunque tampoco es motivo para alegrarse. Para que haya justicia los corruptos no tienen que sufrir la crisis, o por lo menos, eso no es suficiente, sino que quienes lo han pasado mal hasta ahora puedan recuperar sus vidas. Hay un personaje que es el de periodista que se dedica a escribir un reportaje sobre Rebeca que lastra un poco la historia porque no se hace con suficiente claridad. El director mete unos giros en la trama que no se entienden demasiado, seguramente sin él la película ganaría puntos. Con motivo del estreno esta semana hemos podido hablar con su director que nos ha contado entre otras cosas sus intenciones a la hora de hacer esta película y las dificultades para hacer cine.
Muchos directores hablan del trauma que supone una segunda película, porque es una prueba de fuego ¿ha supuesto una mayor dificultad o ha sentido una mayor presión a la hora de prepararla?
La inquietud iba más por el derrotero de no conseguir financiación. No siento angustia ante los proyectos, más bien al contrario, tal vez porque los guiones llevan mucho trabajo y eso da una falsa seguridad.
La historia está pegada a la realidad con el trasfondo de la corrupción inmobiliaria y los chanchullos de los políticos y los empresarios, ¿se inspiró en algún caso en concreto?
La trama Gürtel-Brugal era muy llamativa y la seguí de cerca, pero el trasfondo de la película es el resultado de varios cientos de documentos cuyo origen es diverso, desde la policía a medios de prensa de todo tipo y tendencia ideológica. Y entre esos materiales aparecieron los protagonistas ficticios. También descubrí que en el contexto de esos horrores había siempre gente honrada, que rechazaba y se oponía a los desmanes.
Siendo una historia de ficción en algunos momentos nos recuerda a un documental tanto por lo que cuenta que parece sacado de un telediario como la forma de contarla ¿ha sido algo premeditado?
La información específica es una pequeña parte de la película, quise que cuando surgiera la información tuviera esos rasgos, pero por otra parte la ficción es tan evidente que se mueve en el terreno de los cuentos o fábulas.
El protagonismo lo lleva la hija del corrupto y vemos como ella también lo pasa mal después de caer en desgracia, ¿nos es una apuesta arriesgada centrarse en alguien que aunque no haya actuado mal sí que se ha lucrado de forma indirecta de la corrupción?
La película es arriesgada por poco complaciente, incómoda por el chasco final, porque aventura un porvenir incierto. La fábula habla de la clase media, de la sacudida que ha sufrido, y no soy optimista. Hay una identificación del espectador con Rebeca y su objetivo, ése es el juego, con su desencanto final y el aviso a navegantes.
¿Por qué cree que los políticos y los empresarios corruptos actúan con tal impunidad?
Hay un deterioro democrático evidente justificado por el progreso económico especulativo que empuja u obliga al silencio a muchos. Pero todo el mundo –insisto todo el mundo- sabe a ciencia cierta que la especulación que campa a sus anchas por nuestro entorno nos lleva a la catástrofe, aunque piense el especulador tal vez con razón que él puede salvarse con el botín obtenido.
¿Su película nos puede ayudar a entender la situación en la que vivimos de crisis o la realidad es el marco en el que se mueven los personajes pero se ha buscado el entretenimiento?
Con la casuística ante mí, las grabaciones ocultas, los personajes, me pareció que todo ello era una suerte de barra libre que recordaba a las fábulas de Esopo, y por allí fui, desde el título, que anuncia a las claras de qué va. Pero “Sapos y culebras” no es más que una película, no va a cambiar nada, y es sólo un cuento sobre el declive de la clase media cuyo corrupto decorado es la causa de su propia decadencia. Y es verdad, como apunta, que puede ayudar algo a reflexionar sobre la crisis económica. Pero que cada cual saque sus conclusiones, porque sobre todo lo que apunta es que la que nos queda es ser sobre todo un país para turistas.
¿En qué está trabajando ahora?
Tengo abundante trabajo hecho para un guión, pero no está perfilado y no estoy seguro que vea una día la luz. Es mejor no hablar de lo que está todavía en gestación.
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