En primer lugar, perdónenme si uso
demasiadas metáforas de cocina. Quiero enfocar este filme desde el
paladar y no desde la cabeza, desde el gusto y no el pensamiento. El
que escribe siempre ha sido aficionado de Bond, pero pinche en vez de
chef; estando al otro lado de la pantalla he bebido y vivido las
aventuras del famoso espía británico desde tierna edad, siendo este
como cualquier buen y completo pisto manchego (007 contra el doctor
No) o como un efectivo pero mas simple bocata de nocilla (Moonraker). Y de aquellos momentos llegamos aquí a
disfrutar de la nueva aventura de esta etapa de Daniel Craig al
frente de un papel de un personaje, que, como ha comentado en otras
ocasiones, llega a odiar en momentos. Sam Mendes vuelve para ponerse
al frente de la cocina y traernos este menú de dos horas y media de
duración, quizá una de sus primeras pegas, ya que esta experiencia
abarca mas que un almuerzo, la velada completa incluyendo siesta, y
con esto no me refiero a que la película sea aburrida, ni muchísimo
menos, simplemente al hecho de que hay que tener en cuenta que a
veces, menos es más. Aunque lo servido en el plato, tenemos
que reconocer que consta de buenos ingredientes: la fotografía es
increíble, la técnica espectacular, los efectos gráficos aplicados
con mesura, y el diseño sonoro sorprende a muy buen nivel. Los
primeros minutos de introducción nos cuelan una premisa que hemos
saboreado en otras ocasiones, una escena de acción larga nos detalla
el día a día de nuestro protagonista, que anda con la mira puesta
en algo, pero hasta aquí quiero leer. O escribir. Continuando con este pequeño banquete,
quizá he sentido menos afortunada la elección del tema principal de
los títulos de crédito, que, en algún resquicio de afán por
innovar, se separa de la fórmula, de la etiqueta requerida para una
“canción Bond”, y a este redactor no le parece mucho acierto.
Pero no a todo el mundo le gustan las ostras, esto deben decidirlo
ustedes. El desarrollo de la película no duda en mostrar la
espectacular escenografía, uno de los puntos fuertes que nos
recuerda a aquellas tomas grandiosas de “La espía que me amó” o
los entornos paradisíacos de “El hombre de la pistola de oro”.
Marca de la casa, tradición de la saga.
El plato principal de esta película
nos trae a un Bond en la línea de lo visto en Skyfall, rebelde, pero
inteligente, tenaz y mujeriego. Las pequeñas subtramas se van
desgranando como acompañamiento al hilo conductor de esta entrega,
en la que la investigación del doble cero revela una profundidad
inesperada en el argumento, que enlaza con las anteriores entregas
del ciclo Craig atando cabos soltados con intencionalidad y acaso
alevosía. Pero no dejo de preguntarme cual es el problema, porque
existe. Problema que yo mismo, en alguna otra etapa de mi vida no
hubiera visto o hubiera ignorado. Pero que aquí y ahora rebota en mi
paladar de manera insistente, haciéndose notar. Lo llamaría el
efecto Skyfall. El efecto Skyfall es un problema
importante. Uno que ya hemos vivido en la anterior entrega.
Permitanme explicarme: Mendes tiene en su cocina los ingredientes
frescos de calidad y las herramientas de mas alta cocina. Acierta a
preparar un gran menú, pero todos esperamos más. Los comensales
encuentran cierta sensación de desasosiego en el café después del
postre, como si pensáramos que con aquellos guisantes se podría
haber hecho algo mas que acompañar ese codillo, o como si al segundo
chef se le hubiera escapado la harina sin cocinar en la bechamel. Las
herramientas son utilizadas con profesionalidad, pero los
ingredientes, y mucho peor, los cocineros (refierome a los actores),
son desaprovechados en ocasiones. El director enfoca la trama
principal en la obsesiva necesidad de desmontar a Bond, de ponerle en
situaciones donde el personaje está claramente difuso, indefinido.
Esta introspectiva latente en Skyfall se hace notoria de nuevo en
esta entrega, y ese minutaje que utiliza Mendes para ahondar aún mas
en un Bond en recomposición (recordemos que su mundo entero esta
siendo reconstruido desde el anterior filme, en donde M cambia de
personaje y el MI6 se ve bajo la lupa del gobierno británico), lo
tiene que quitar de otro lado, léase, del secundario, y peor aun,
del antagonista. Christoph Waltz sufre esa resta, donde podría haber
interpretado la sinfonía de Oberhauser, acaba relegado a unos huevos
estrellados. Si, están bien y a todo el mundo le gustan, pero
pueden, y en este caso debían, haber llegado a ensombrecer a ese
maravilloso solomillo principal. Y no es al único que le pasa.
No les quiero llevar a engaño, aunque
la tónica general de esta reseña pueda parecer negativa, Spectre es
una gran película. Totalmente disfrutable, entretenida, técnicamente
increíble, y deja un buen sabor de boca. Pero creo que pocos chefs
puedan tener una oportunidad de verse en la maravillosa situación de
haber montado una cuatrilogía encubierta y tener a su disposición
la cocina de tan grato restaurante. Con todos los maravillosos
ingredientes de los que disponía Mendes, a uno le queda la duda de
donde hubiera llegado este filme en caso de haber tomado otras
decisiones mientras lo componía.
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