El veterano director Jafar Panahi
vuelve a nuestras pantallas con 'Taxi Teherán', una experimento pequeño y
arriesgado que describe la sociedad iraní.
Jafar Panahi trae, a caballo
entre el documental y la ficción, entre la comedia y el drama, una película
sincera y entretenida llamada 'Taxi Teherán'. Un taxi, conducido por el propio
director, recorre las calles de la capital de Irán. Estos tres elementos -el
taxi, el conductor, y la propia ciudad- son el catalizador para las diferentes
historias de los pasajeros que montan en el vehículo. Ya sea mediante sus
historias individuales o por el cruce de sus personajes en los asientos del
taxi, muestran de manera divertida y dramática a la población de Teherán, sus
inquietudes, su forma de ser. Bajo esta capa superficial nos encontramos con
dilemas sociales y morales. La represión que sufre la sociedad iraní está
tratada de manera que por un momento el espectador puede pasarlo por alto, pero
cala hondo. Jafar Panahi transmite un mensaje duro pero enternecedor y optimista que conmoverá al espectador.
Que el director, a pesar de estar
presente durante toda la película, no acapare la atención más de lo necesario
es muy de agradecer, ya que en algunos momentos desentona. Su forma de
reaccionar ante algunas situaciones sería poco creíble si, como he dicho antes,
no fuese más que el catalizador, un espectador que interacciona con sus
pasajeros cuando es necesario. Un punto a favor es la forma en que está rodada:
una realización sencilla con una cámara giratoria en el salpicadero. Esto le da
más realismo que si fuese una planificación convencional, y hace que los
actores -o pasajeros- sean más creíbles al ser planos de larga duración. Otro
punto a favor son los actores. Todos están notables, y no hay ni uno solo que
destaque de manera negativa. En cambio, hay varios que lo hacen para bien, y
sentimos pena cuando vemos que se bajan del taxi.
'Taxi Teherán' es una película
extraña y fascinante, que nos sacará risas y nos hará sentirnos indignados. La
conjunción de unos actores más que solventes y un guión mordaz nos tendrá
enganchados en la butaca durante los ochenta minutos que dura.
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